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Sobre «El infierno más temido».

La obra de Juan Carlos Onetti es grandiosa en cuanto a las historias que se visten de novela (de eso ya hemos quedado constancia). No menos importante son sus aportaciones en forma de  narrativa breve, un estilo muy cultivado por cierto a lo largo de toda la literatura hispanoamericana (solamente hay que pensar en Borges, Cortázar o Rulfo para aseverar este argumento).

De hecho, he escuchado a algunos  autores actuales que en Onetti la grandeza de su obra está en sus relatos breves, un aspecto del que no estoy muy seguro desde mi modesta opinión como lector, y no porque lo breve no sea maravilloso, que lo es también, sino porque en Onetti todo es oro.

Realmente pienso que la importancia de la magia del autor trasunta el continente de su decir, al menos en cuanto a las dimensiones de sus historias sobre todo en una gran parte de esta, aquella que se desarrolla a partir del año 1950, fecha en la que oficialmente surge el nacimiento de Santa María de una manera plena con la aparición en escena de La vida Breve como ya apuntamos en otros escritos. No obstante, hay que indicar que todo ese ideario que engloba la idea de ciudad ya se venía fraguando en algunos de los cuentos anteriores, puesto que allí  comienzan a surgir algunos matices santamarianos (incluyendo personajes), que por supuesto ya no abandonará nunca.

Esto demuestra que el universo Onetti no entiende de fronteras y límites en cuanto a los textos y las historias,  sus ideas y principios aparecen una y otra vez aunque sean de manera distinta y desvertebradas a lo largo de historias con un acervo común que es Santa María.

Es como si todo ya estuviera grabado en la consciencia del autor (sucesos y acontecimientos concretos inclusive) desde siempre y él lo que hace es ir sacándolo a pequeños sorbos y esparciendo todo lo que lleva dentro en diferentes registros.

Hoy me voy a parar a comentar de manera breve algunos ideas y sentimientos que me han surgido tras leer uno de sus cuentos más extraordinarios, el de El infierno más temido, un relato desgarrador que para algunos autores como su amigo Vargas Llosa es la máxima exposición del mal en forma de cuento.

El cuento narra la historia de un periodista santamariano de segunda, Risso, que cae en desgracia tras casarse en segundas nupcias y separarse después de una cabaretera de nombre Gracia. No quiero destapar la historia porque dejo al lector la sublime tarea de sorprenderse de manera autónoma.

No obstante, simplemente quisiera apuntar que el hilo argumental es el despecho y la manera en la que se articula el mismo en forma de una venganza atroz desconcertante que muestra hasta qué punto el ser humano incluye dentro de sí al mal como concepto universal (el del hacer daño al otro sin ningún tipo de titubeo), y de como esa forma de ser despiadada coexiste con otros aderezos que atribuimos a sentimientos luminosos como el amor, el motivo principal-según el autor- de toda la serie de hechos que acontecen en El infierno más temido.

A lo largo de la breve composición de no más de veinte páginas se van sucediendo las elucubraciones de uno y de otra, de el por qué de esa cruel actitud con la que se intenta denostar y humillar la figura de Risso y como éste llega incluso a intentar justificar el daño que se le está procurando, hasta que llega el momento de que todo se hace insostenible.

El despecho, la venganza todo es fruto del amor que se mantiene intacto:  por encima de todo los que nos suceda, nosotros seguiremos queriéndose siempre– decía el pacto que los enamorados establecieron en un momento dado. En ese axioma se basa la justificación de la venganza, articulada con una sangre fría que deja al lector estupefacto.

En nuestra manera de sentir y de vivir la vida,  el amor siempre ocupa un nivel superior en nuestra escala de idealización positiva, pero eso no siempre ocurre. Bajo el amparo del amor también se pueden justificar absolutas atrocidades, de imposición de sufrimientos al prójimo, de tal manera que a veces se conforma como  la expresión del mal recubierto de miel y de rosas, un aspecto que no podemos olvidar. No obstante, si la hacemos, ya está Onetti para recordárnoslo.

 

Adrián Tejeda Cano

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