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La palabra de Onetti.

Tiendo a recoger la figura y el pensamiento de un escritor (cuando el mismo está repleto de profundidades y merece ser recordado, claro) en el interior de alguna de sus palabras predilectas. Para mí, es como si su alma quedara cristalizada dentro de las voces que él imaginó y que de alguna manera hizo suyas.
Por poner algunos ejemplos, podríamos decir que cuando pienso en Lorca, me sale su SIERPE. Si es Baudelaire el que me surge, aparece su SIMA. Con Rilke nacen las RESONANCIAS y si hablamos de Sabato es inevitable recurrir a lo CANDOROSO de su mirada.
El caso de Juan Carlos Onetti no es distinto: hay una palabra esencial en su vocabulario que decanta en mis pensamientos cuando pienso en el escritor, y esa es la de “yuyo”.
Dicho término no es habitual por estas latitudes aunque sí se emplea con cierta naturalidad en ciertas regiones castellanohablantes del cono sur sudamericano para referirse a las malas hierbas.
Creo que esa palabra, que aparece numerosas veces en algunos de sus textos cuando describe los entornos de su imaginada Santa María, es un arquetipo perfecto que nos permite hablar de la obra de Onetti.
El sonido de la voz no es estéticamente agradable para los oídos, quizás por la idea a la que nos evoca (sea yuyo, sea mala hierba) asociada siempre a los bajos fondos, la podredumbre y el abandono de lugares sombríos dentro de la civilización donde esas plantas salvajes pueden crecer vigorosamente y sin ninguna necesidad de cuidado, tal y como lo hacen en los campos de barbecho donde el hombre no tiene presencia, y por lo tanto, no las arranca.
La obra de Onetti está repleta de personajes que habitan en los arrabales de la conciencia en aquello que podríamos tildar como de lo políticamente correcto; son solitarios, rudos y de una moral que no se ajusta a los cánones habituales de la comunidad bien hablante y bien pensante donde viven (esa civilización en la que crecen las malas hierbas cuando se les deja un resquicio mínimo para hacerlo), una comunidad que por otro lado está repleta de contradicciones disimuladas por un velo de impostura que se deshace en el interior del entorno cercano de cada individuo. Todo eso que él describe con las exageraciones propias de un contador (mentiroso, como él decía) de historias, mal que nos pese y nos suene (como lo hace la palabra yuyo), es la vida misma con todas sus aristas.
Así, con esta idea, podemos aseverar que el Juan Carlos Onetti escritor es un claro ejemplo de un artesano de lo grotesco en el sentido psicoanalítico del término, capaz de vertebrar y desgranar los oscuros pensamientos que descansan bajo la superficie de eso que denominamos consciencia, y que afloran en forma de pulsiones materializadas en obras de arte tales como La vida Breve, el Astillero, Los adioses o Juntacadáveres.
Adrián Tejeda Cano.

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