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Importancia de la epifanía de los reyes magos en Rilke.

Si hay un mes que pudiéramos considerar como rilkeano este, sin duda, es diciembre. Al margen de los detalles de las efemérides (el poeta nació por un cuatro del último mes del año y abrazado a su ángel cruzó el lienzo hacia la eternidad por un día veintinueve), la singularidad y la impronta que a mi me hace pensar de esta manera, está en el hecho de su viaje a Ronda en 1912, el lugar donde Rilke  encontró definitivamente la revelación que iba buscando y que el duro otoño toledano le impidiera culminar el noviembre precedente.

Hablamos del sentido último que adquirió su cosmogonía, un proceso de síntesis que se estuvo fraguando en el interior del poeta durante años y que alcanzó su definitiva estructura en tierras andaluzas como así atestigua el resultado del visionario poema Trilogía española, escrito en el calor de la habitación del Hotel Victoria de la ciudad andaluza donde se hospedó durante tres meses, y en el que se puede analizar de forma completa el ideario poético-filosófico de lo que se ha venido a llamar como etapa visionaria de Rilke.

Pero al margen de esta cuestión conceptual, la estancia de Rilke en nuestro país fue trascendental por otros motivos que conviene reseñar y que afectaron a la estética de sus versos,  lo cual tiene que ver con el predominio del imaginario religioso cristiano en su obra.

En España contempló la belleza del arte sacro en manos de los más grandes artistas como fue el caso de El Greco (el motivo real de su visita),  aunque también otras manifestaciones de la cultura popular que tienen a la fe cristiana como su referencia.

En esto último  cabe destacar las vivencias del poeta en las liturgias a las que asistió con “oídos puros” como diría Canetti, es decir, sin la posibilidad de entender una sola palabra de lo que allí se pudiera relatar aunque comprendiendo la importancia mística del ritual gracias a la musicalidad de los coros que acompañaban la eucaristía, un hecho que dejó una gran hondura en el alma del poeta como así atestigua su correspondencia y en el que menciona expresamente dos rituales importantes. La primera de ellas tiene que ver con la eucaristía dominical oficiada en la iglesia toledana de San Lucas a la que asistió los cuatro domingos del mes que estuvo en la ciudad castellana,  con la intención de deleitarse con el Ángelus que recitaba un coro de niños como nos cuenta Antonio Pau en su obra Rilke en Toledo.

La otra tiene que ver con la eucaristía del día de los reyes magos oficiada en Ronda el 6 de febrero de 1913 en la pequeña iglesia de Santa Isabel de los Ángeles, de trascendental importancia para su obra los sonetos a Orfeo, puesto que de aquella experiencia nació  al Soneto XXI, también llamado canción infantil de primavera como así atestigua el propio autor en su correspondencia con Gertrud Ouckama Knoop. Y de ello mucho tuvieron que ver los villancicos populares que ese día cantó un coro de alegres niños, contentos por haber recibido los presentes por parte de sus majestades de oriente.

Sobre la costumbre cristiana de la fiesta escribiría  el poeta a la bailarina Clotilde Sacharoff el 5 de enero de 1914, tal y como nos detalla Jaime Ferreiro en su España en Rilke:

 

Hace un año, en el sur de España, tuve ocasión de comprobar que la fiesta de los Reyes Magos es propiamente la que tiene más carácter navideño. Fue en la familia de mis amigos españoles, donde había, producto de dos matrimonios, hijos de edades muy diferentes. Los mayores, ya casi adultos, disfrazados primitivamente con trajes de su propia invención (pero que ante los ojos de aquellos para quienes iba la cosa eran como la vina encarnación de los mismos reyes de oriente), penetraron en el cuarto a oscuras de los otros hermanos pequeños, los cuales, como de costumbre, habían sido acostados temprano. Ellos ya tenían cierto presentimiento de lo que iba a suceder, y yo sospechoso que no dormían: como quiera que fuese fue una manera de despertar de intensa emoción para ellos al ver convertidas en realidad, dorada y multicolor, aquellas figuras indescriptibles bajo el resplandor de las luces que llevaban consigo. Fue tan sólo un instante. Lo que las figuras habían adquirido de increíble realidad, a causa de sus movimientos y de las sombras disformes que se proyectaban detrás de ellas, pasó en seguida  a los objetos apenas reconocibles que los Magos iban extrayendo con ceremonioso empaque de los sacos de un servidor negro. Después de esto desaparecieron. Sólo entonces y muy tímidamente los pequeños se fueron atreviendo a salir de la cama para acercarse a los juguetes que habían dejado en el suelo, y entre los cuales el mejor y el más tranquilizador desde el primer momento fue un burrito de madera”.

 

Adrián Tejeda Cano

 

Detalle de la imagen: La adoración de los magos, obra de Bartolomé Murillo, ubicada en el Museo de Arte de Toledo. 1631. Fuente: Wikipedia

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