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Sobre el amor (transitivo e intransitivo) en la obra de Rilke.

Dentro de la temática fundamental que encontramos en el período conocido como visionario (para mi la más interesante, sin duda) es el asunto del amor intransitivo, es decir, el acto de amar por el mero hecho de hacerlo sin que haya un destinatario concreto. De ahí, que entre las figuras simbólicas que aparezcan en muchos de sus versos cobre un valor significativo el del amante despechado o el de Don Juan.
Se ha dicho que Rilke estaba incapacitado para amar (en el sentido más prosaico del término, claro), a pesar de haber vivido múltiples aventuras amorosas y que eso era el resultado de un espíritu donjuanesco; de ahí su vida errabunda siempre sujeta a continuos cambios también en el plano sentimental quizás promovido por un narcisismo que le impedía transitar ese largo, tortuoso y a veces tan doloroso camino que nos hace recorrer las provincias del corazón ajeno, y aproximarnos así a lo “verdaderamente distinto”, como diría Bying Chul-Han.
No obstante, lo transitivo, aunque fuera efímero, también existió en la forma de amar de Rilke. De todas esas experiencias yo destacaría a dos por encima de todo. La primera de ellas por la gran hondura que ésta supuso en su hacer poético, aquel que mantuvo con la escritora rusa Lou André Salomé (ya hemos escrito alguna cosa al respecto). La relación entre Rilke y Lou pasó por dos etapas bien distintas; una primera, más pasional, que duró poco tiempo (hasta que Lou decidió darla por finalizada), dando paso después a otra más fraternal (próxima más a la de un vínculo maternofilial que de otra cosa) que conservarían hasta la muerte del poeta.
La otra gran relación amorosa, a mi juicio, fue la mantenida con la escritora también rusa Marina Tsvietáieva ya cuando la enfermedad asolaba la vida de Rilke. En este caso su singularidad estriba en que se trató de una relación estrictamente epistolar de la que se conservan textos bellísimos, los cuales podemos encontrar en la obra “Cartas del verano de 1926” traducida al castellano por Selma Ancira. La lectura de dichos textos nos permite asomarnos en el alma de dos seres extraordinarios cuya forma de vivir y de sentir incluso en lo cotidiano, adquiere una dimensión absolutamente poética.
Los dos planos del amor según este contexto que venimos discutiendo están presentes en las Elegías de Duino, obra que en estos últimos días de agosto estoy revisando de nuevo.
En la elegía III, se nos presenta lo que Eustaquio Barjau define como “los fundamentos oscuros del amor”, es decir, el efecto despersonalizador que procura dicho sentimiento frente al otro, el que alimenta el placer visto en ese poema como el “culpable Dios fluvial de la sangre” que nos hace perder el sentido y la noción de las cosas. Un efecto que Heidegger definió tal y como menciona Bying Chul-Han como el “aletazo del eros”, la fuerza motriz que nos arranca de nuestra individualidad egoísta-narcisista y nos eleva fuera de nuestro espectro cotidiano hasta convertirnos en otro.
Sin embargo, en la elegía VI (también conocida como elegía española), el canto elegíaco se acerca más a lo intransitivo representado con la figura retórica del Héroe que busca a la amada a la que encuentra pero que al llegar a ella y conquistarla, la supera y prosigue su camino. Vive siempre en esa situación inacabada, de bajada a los infiernos y de ascenso a lo sublime (ese camino tan rilkeano que también representan otras figuras simbólicas presentes en el poema tales como la higuera, el laurel o el surtidor).
El amor intransitivo es importante para Rilke puesto que es el que dota al ángel, (la figura central de las elegías) de la capacidad de ensimismamiento propio (el narcisismo del que hablábamos antes), imprescindible según el poeta para la interiorización del mundo que habita fuera de él. La gran obra angelical no es otra cosa que la unión de lo externo (“lo físico e interpretativo de la vida”) y lo interno. Esa sería la manera de adquirir una visión totalizadora de la existencia que el ángel puede realizar pero al que el hombre es ajeno.

Adrián Tejeda Cano

 

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Rainer María Rilke (fotografía de dominio público)

 

 

Comments 1

  1. Rosa Lencero

    Magnifico, una visión clara e instructiva de un poeta al que admiramos tanto. Gracias por él, tu aportación es muy interesante y necesaria.

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