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Sobre «Paris Habilitado» de Rafael Fernández Castaño

Decía Ernesto Sabato que la literatura de ficción debe ser entendida como una manifestación artística en la que el escritor expresa de forma velada todas las obsesiones que lleva dentro, y que emergen del inconsciente como un grito desgarrado que se quiere hacer oír en las esquinas del tiempo.

Es por esto por lo que cuando uno intenta analizar la génesis de una obra sobre la que se debe comentar, es muy probable que a priori no se hallen explicaciones racionales al porqué y al cómo de la síntesis que dio sentido al trabajo, algo que pudiera parecer irrelevante desde la posición del lector militante, pero que entiendo es de extremada importancia cuando se tiene la encomienda de presentar al público el propio trabajo en cuestión.

Para las cuestiones de base ya está el autor, la voz más autorizada para hablarnos de su trabajo. Yo, entonces, me centraré en encuadrar la causa.

Hablemos de ese supuesto género: bien es cierto que la ciencia ficción, una categoría literaria tan rimbombante como vacía de sentido original (como todo aquello que ha nacido desde el espurio pero legítimo interés comercial del mundo de las editoriales), permite acomodar dentro de su haber casi todo lo que se pudiera imaginar, pero este caso es tremendamente especial dado el crisol de atributos que define la novela y que hacen que se escape un poco de su molde intuitivo.

Quizás que el motivo de tal mestizaje tenga que ver con el propio perfil de la persona que está detrás del texto, Rafael Fernández Castaño, un licenciado en Bellas Artes, pacense para más inri y alejado de este extraño mundo de oscuridades (y de galaxias lejanas), primero restaurador de obras pictóricas de la catedral metropolitana de Badajoz y luego docente de secundaria por tierras toledanas, además de escritor vocacional desde siempre como asegura el propio autor, un hábito que le ha servido para publicar una novela anterior a la que venimos a presentar aquí, “Duermevela” (2021 Editorial Atlantis), que nada tiene que ver con la ciencia ficción.

Pero ¿qué es realmente esa cosa de la que hablamos? si queremos entender algo, estamos obligados a ponerle límites aunque estos sean laxos. Ahí yo me inclino por hablar de un compendio literario en el que pueden caber temáticas tan dispares y profundas como la crítica social vestida de distopías y ucronías  al estilo Fahrenheit 451, 1984 o  Un mundo feliz, o la propia literatura fantástica en donde el común denominador pudiera ser la narración de una o varias históricas de ficción en donde lo sobrenatural, aquello que desborda la humanamente cotidiano, permite construir un mundo distinto al actual en un espacio y un tiempo alternativo al que conocemos, pero en el que los contenidos abordados son como casi siempre en la literatura con mayúsculas, tres: el amor, la vida y la muerte.

Si uno analiza esta receta entiende que la ciencia ficción no deja de ser más que la ramificación de una fórmula literaria mucho más ancestral, la conocida como literatura gótica o grotesca pero adaptada a los cánones de una era en la que abundan los avances científicos y las hipótesis catastrofistas de un destino incierto para la humanidad como consecuencia del espíritu prometeico originado en el Renacimiento, aquel que se sustenta sobre el andamiaje de la tecnolatria y el escientifismo, es decir, la respuesta tecnológica frente al nihilismo espiritual que acecha al Hombre desde hace siglos, tal y como sostiene el maestro Sabato al que antes referenciábamos.

Teniendo en cuenta todo esto, podemos afirmar que Paris habilitado,  se encuadra perfectamente en todo este ideario de base, además con una ingrediente estético adicional  que puede servir para que todo el mundo pueda vislumbrar su cercanía con obras clásicas del género en temas secundarios que también se abordan aquí, como es el caso de los mundos que pudieran hallarse más allá de las fronteras conocidas de este planeta, un asunto que ha inquietado al hombre desde los tiempos del otro Paris, el troyano, el hijo de Príamo, aquel que se embarcó hacia Esparta para raptar así a la princesa Helena, un acontecimiento que desataría la famosa guerra del caballo de madera.

En Paris habilitado el amor es, como en el mito heleno, un hilo argumental de peso en el que se confrontan todas las etapas del  proceso que implica la aventura que nos genera el aletazo de Eros, como diría Heidegger: el cielo ante la experiencia de vivir esa fuerza (que no sentimiento) humano y el infierno que supone la pérdida. También el deseo desenfrenado e irracional ante el gozo infinito de sentir la presencia del otro, así como  el de la respuesta de la huida como condición ante un desgarro emocional tan exacerbado como el que se produce, y que da pie a la aparición del viaje (siempre tan presente en la narrativa) como vehículo conductor de la trama.

A partir de ahí, se abordan otros temas que se superponen como si fueran capas de piel sobre las páginas del libro y que se articulan en una manera de decir que requiere una atención especial por parte del lector.

Y es que la novela que presentamos no es apta para paladares ligeros, más bien al contrario, puesto que se trata de un libro que buscan indagar en verdades eternas para las que no tenemos respuestas, pero que inducen al que lee un ejercicio intelectual ciertamente exigente.

Y eso lo encontramos tanto en el contenido, el cual  da pie a continuas reflexiones de carácter ético y moral en asuntos como la actitud prometeica del ser Humano a la que aludíamos antes o las relaciones sentimentales, así como en el continente, dada su aderezada manera de decir, en ocasiones tan poética que cuesta seguirla desde el plano cartesiano de su lectura, escollo que se supera si se está dispuesto a romper el velo socrático que aprisiona la mente, para así poder volver a releer el texto desde la libertad que nos da la poesía.

También hay espacios de cercanía narrativa pero no nos engañemos, usada siempre desde la extrañeza como mandan los cánones de lo grotesco, y  de ahí  que abunde todo un glosario de neologismos como es caso de didra, Akash, exedra o tantos otros.

Es tan bien un acierto el destacar un recurso estilístico complejo que el autor utiliza en la obra, y que supone la ruptura del sentido del espacio y del tiempo tal y como lo conocemos (la novela es un laboratorio perfecto para esto), siendo ésta una estrategia sin duda valiente por lo complicado de dicha forma, y que en ocasiones sirve para acercar a la realidad los dos planos de la existencia (el acá y el allá) como si la misma quedase anclada es una especie de cristal especular de finos límites que el lector traspasa sin mayor dificultad.

Otro aspecto notable  que realza la obra y le da originalidad es la confrontación de ese nihilismo tecnolátrico ya descrito con el asunto de la espiritualidad.

Paris se presenta como un ser humano   tocado por el espíritu de una especie de Dios panteístico que se nos evoca, con un magnetismo que desborda el plano físico de espacio-tiempo natural en el que vivimos, y por ello, capaz de ver mucho más allá de lo que los ojos mundanos nos permiten. Eso le dota de un don capaz de conectarlo a la eternidad del universo donde todo es alma y espíritu. Precisamente en ese contexto surge el escenario más complejo de todos de cara a su visualización, el de los capítulos finales que salvando las distancias, bien recuerdan a los episodios oníricos de los cantos del cielo en la divina comedia.

Sí, París, siempre Paris y su anhelo por alcanzar a Udine. Sí, ese Udine, el deseado que es Helena o tal vez la Beatriz a la que Dante  cantó de tan bella forma.

 

*****

Recapitulando:

Rafael Fernández Castaño nos presenta en Paris habilitado (Editorial Quadranta, 2023) un trabajo de manual en lo que se ha venido a llamar ciencia ficción, un libro que con sus aderezos propios  irrumpe con dignidad dentro de este mundo complejo de la escritura en donde embarcarse significa soltar amarras y exponer sobre las páginas un discurso propio pero entroncado, eso sí, con las verdades eternas que siempre estuvieron ahí.

 

Adrián Tejeda Cano

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