Hermann_Broch_portrait_photograph,_1909

El buen escritor según Elias Canetti

Comienza Elias Canetti su ensayo “La conciencia de las palabras” con el discurso que preparó a propósito del quincuagésimo cumpleaños del escritor austriaco Hermann Broch en 1936.
En ese homenaje, Canetti apunta los tres principios fundamentales (yo diría que cuatro, realmente) que a su juicio sostiene en su haber el escritor, entendiendo como tal a aquella persona que cubre una misión en el mundo como lo hacen otros tantos individuos en los diversos oficios que uno pudiera imaginar.
Sostiene el padre de “Masa y Poder” que el primer atributo que un escritor debe de disponer es un vicio obsesivo que le hace andar como un perro sabueso buscando el aroma de la época que le ha tocado vivir. Para Canetti, (…)el verdadero escritor, tal y como nosotros lo conocemos, vive entregado a su tiempo, es su vasallo y su esclavo, su siervo más humilde. Se halla atado a él en cuerpo y alma. Su falta de libertad ha de ser tan grande que le impida ser trasplantado a cualquier otro lugar.
El segundo pilar según nuestro autor estriba en intentar abarcar el todo dentro de su obra y de sus palabras; es lo que Canetti define como la universalidad, o lo que es lo mismo, la voluntad de sinterizar su época, una sed de universalidad que no se deja intimidar por ninguna tarea aislada, que no prescinda de nada, de no olvidarse de nada, no pase por alto nada ni realice sin esfuerzo.
Igualmente apunta a un tercer eslabón, es de asumir un papel contrario a esa época a la que se soslaya. Según Canetti, el verdadero escritor, debe escribir contra su época(…) contra la imagen general y unívoca que de ella tiene, contra su olor específico, contra su rostro(..) si olvida esta postura será un renegado, como podría serlo todo un pueblo contra su Dios(…)
Esta extraña paradoja que obedece a la forma de servir a su período Histórico y al mismo tiempo odiarlo, le hace sufrir. Es una exigencia realmente cruel-añade-y es tan bien una exigencia radical, cruel y radical como la muerte misma.
Precisamente es este cuarto elemento, el del Dios de la muerte (un término que Canetti odiaría autoaplicarse) el que completaría su praxis en cuanto a la definición de la tétrada magnífica que esculpe el oficio de escritor, ya que la muerte es, en esencia, el principio y el fin de todo (como el mismo Canetti dice), y lo que hace al escritor superarla porque es él el que da y quita a su antojo, y el que habla sobre ella cuando tiene que hacerlo o sin embargo la silencia.

 

Adrián Tejeda Cano

 

Fotografía: Herman Broch (fuente: wikipedia)

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