292804443_5278997748849897_5580210510296050884_n

Toledo en la obra la de Rilke.

El 10 de julio se celebra en España la onomástica de San Cristóbal, una de las figuras más singulares del ideario poético-místico de Rainer María Rilke.
Como bien sabemos los lectores del poeta, la presencia del santoral judeocristiano acompañó a la obra de Rilke durante buena parte de sus más fecundos momentos, sobre todo en el que a mi juicio es, sin duda, el período más decisivo de su legado, es decir, el que va desde aproximadamente 1900 hasta la publicación de sus “Elegías de Duino” y “los Sonetos a Orfeo”.
Es la etapa a la que los estudiosos se han referido como la visionaria, la más profunda y hermética, aquella en la que estableció todo un sistema cosmogónico singular y repleto de sincretismo de enorme transcendencia no sólo para su poesía, sino para el pensamiento de algunos grandes autores del siglo XX como es el caso del filósofo alemán Martin Heidegger o el escritor argentino Ernesto Sabato.
Los símbolos religiosos cristianos son importantísimos para Rilke a la hora de expresar conceptos tan abstractos como la relación del hombre con el universo o la idea de la Existencia como un UNO absoluto donde los límites del mundo del acá y del más allá se difuminan, culminado en esa idea singular de “el espacio interior del mundo”.
En la gestación de tal argumentario mucho tuvo que ver, como bien sabemos, la inspiración venida de la obra pictórica de El Greco, así como de las lecturas del Flos Sanctorum o libro de los santos del religioso español Pedro de Ribadeneira (esto último no tan conocido).
Ambas fuentes tienen en común un nexo importantísimo, la figura de la ciudad española de Toledo donde estuvo Rilke durante el mes de noviembre de 1912.
Allí vivió experiencias que el poeta tomó como revelaciones posteriormente materializadas a modo de resonancias poéticas en su obra más elevada.
Por otro lado, fruto de la impronta de esa experiencia toledana y española, surgieron también ciertas composiciones menores (si de la obra de Rilke se puede hablar en estos términos), como es el caso del poema “San Cristóbal” escrito en 1913 cuando ya había regreso a París.
Sin duda, además de la vida del santo estudiada en profundidad en la obra del padre Ribadeneira tal y como hemos mencionado, mucho tuvo que ver en el reflejo del poema la imagen del “Cristobalón” que se encuentra presidiendo uno de los enormes muros de la nave central de la grandiosa catedral de la ciudad manchega.
El poema narra a la manera rilkeana la historia del santo, bien conocido por ser una especie de porteador de aquellos viajeros que intentaban atravesar un río caudaloso que separaba dos orillas, y que encuentra su prueba máxima al soportar la carga más pesada a la que jamás tuvo que asistir, la del niño Dios.
De esta manera, el poeta quiere reflejar en el santo la figura de un puente (símbolo poético que aparecerá muchas más veces a lo largo de su obra como consecuencia de esa idea de trascendencia que hemos hablado), y que en el medio de la noche era capaz de unir el aquende y el allende, tal y como se refleja en la siguiente estrofa del poema:
Entraba pues a diario por el río lleno-
Antepasado de los puentes, que pétreos imitaban los pasos-
Y estaba experimentando en ambas orillas,
Y sentía al que necesitaba pasar al otro lado.
En Toledo y en sus puentes (el de Alcántara y sobre todo el de San Martín), como así también le ocurrió en Ronda, Rilke cree encontrar con su mirada poética la unidad cósmica-individual que nos conecta con el universo, entendiendo al Ser como una especie de caverna que asume en su interior la realidad tangible de lo de afuera. En el poema “San Cristóbal” se aprecian estas reminiscencias de su pensamiento
Tuve la suerte de visitar Toledo allá por diciembre de 2019, unos meses antes de que ocurriera la tragedia de la epidemia de COVID. Como libros-guía llevé dos obras imprescindibles para mí, el de “España en Rilke” de Jaime Ferreiro Alemparte y el “Rilke en Toledo”, de Antonio Pau. Fueron dos días inolvidables repletos de belleza y de espanto, como diría el propio poeta, siguiendo sus pasos por los lugares que el mismo apuntó en sus diarios y correspondencias.
Espero volver pronto; siento como si aquel viaje estuviera del todo inacabado.
Adrián Tejeda Cano
Detalles del «cristobalón» en la catedral y del puente de San Martín, Toledo (fotografías hechas por el autor)
292804443_5278997748849897_5580210510296050884_n292401778_5278998152183190_4552669453951626142_n

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *