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Juntacadáveres o la consagración de lo grotesco en la literatura

Abordemos de manera sucinta algunas ideas interesantes que nos sugiere Juntacadáveres, la tercera de las novelas de Juan Carlos Onetti (antes hubo La vida Breve y El Astillero) desarrollada en el universo Santa María.

La primera cuestión  significativa que cabe destacar es el asunto controvertido de su temática, un aspecto que mirado desde la perspectiva de hoy, hace que incluso dudemos en su imposibilidad editorial dados los tiempos que corren en donde la corrección moral de un progresismo vacuo actúa como filtro de censura. En Juntacadáveres, la prostitución es el vehículo fundamental de los acontecimientos, un asunto que no se relativiza ni se esconde sino que cobra la importancia que el autor quiso darse, si bien como toda obra en donde su riqueza  estriba en el análisis psicológico de sus personajes (y Juntacadáveres es de este tipo de novelas), lo importante es quien frecuenta ese mundo de oscuridades y como lo asume dentro de sí, mostrando una crudeza de pensamiento sin bridas. Realmente Onetti, aquí ( y en toda su obra, realmente) escribe desde la plena libertad de los instintos y pulsiones que le surgen, no dejando atrás nada que pudiera parecer altisonante, logrando proyectar así un inconsciente (que por similitudes con autores cercanos, podríamos tildar de colectivo) a través de las páginas. De esta manera, y mirándola desde estos años de plomo y censura, no queda otra cosa que admirar su valentía, por aquello de poner en la mente de los personajes toda la crudeza de la vida aunque esto moleste, y a veces sea agrio e insolente, impactante o incluso repulsivo. No obstante Onetti, en cualquiera de los casos, es capaz de despertar en todo ese universo de sombras que sienten para bien y para mal, una cierta connivencia e incluso cariño. Esa es una de las grandezas del autor.

Con todos estos aderezos no es difícil comprender que Juntacadáveres sea mostrado como un ejemplo más del espíritu de los grotesco en la novela, ese hacer literario tan propio de los movimientos gótico-romántico-surrealista-existencialista (los rupturistas del racionalismo) de lo cual hemos hablado en más de una ocasión sobre estas líneas y en donde la oscuridad, la atracción hacia lo prohibido así como el cambio de orientación que surge en un entorno cercano y conocido hacia una nueva idea ajena de lo que se consideraba como cotidiano; podríamos decir que es la consagración máxima de ese concepto freudiano analizado en otras entregas y que llamamos “grotesco”.

Si en La vida Breve, por ejemplo, los signos grotescos eran otros, aquí el contexto se centra en la doble moral que asume cada personaje en función del plano en el que se encuentre, bien sea dentro de la sociedad de la que forma parte  o en lo particular de su círculo más privado (una cuestión atemporal, sin duda, que nos hace reflexionar sobre lo oscuro de nuestras contradicciones).

 

No podemos dejas pasar por alto la riqueza estilística de la novela. Bien se sabe que una influencia esencial para Onetti fue la del estadounidense William Faulkner, un hecho que el propio autor proclamó, y eso se aprecia en sus obras tanto en la aproximación del sentido telúrico que dan vida a sus personajes (tan arraigados al entorno donde habitan) como a la manera de decir, un estilo que lo acerca mucho al del mexicano Juan Rulfo en donde el narrador adquiere varias perspectivas incluso dentro de un mismo capítulo. A veces la historia se narra en primera persona, otras tantas se acerca al pensamiento de un tercero en discordia e incluso asume el papel de narrador omnisciente, y todo esto sin que nos demos verdadera cuenta. Podríamos decir que el papel del narrador se acaba diluyendo del todo, pierde su importancia en favor de la trama, una habilidad al alcance de muy pocos.

Finalmente quiero pararme en destacar la gracia de Onetti en cuanto a la capacidad de creación de un espacio singular tallado un poco más a fondo en Juntacadáveres, el de la ciudad ficticia de Santa María, el verdadero hilo argumental que da el sentido de continuidad fragmentaria a lo que el autor quiso decir a lo largo de su vida en sus obras.

Dicha continuidad existe no solamente en la aparición de los sitios y lugares sino en la de los propios personajes e incluso en las situaciones que éstos viven.  Un ejemplo sorprendente de esto mismo es la situación de una cena que acontece en el café Berna de la ciudad fluvial la noche víspera de un Carnaval, suceso que aparece tanto en La vida Breve como en Juntacadáveres. En el salón del restaurante y en dicha noche concreta, pululan los personajes de uno y otro libro, descritos a la manera distinta de cada novela aunque en lo esencial están presentes en las dos historias incluso en los detalles más minuciosos, de tal manera que para poder comprender lo que realmente sucede hay que asumir la perspectiva caleidoscópica que aportan los dos trabajos, separados cronológicamente en el tiempo nada más y nada menos que quince años. Impresionante.

 

Adrián Tejeda Cano.

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