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El sentido de lo grotesco en “La vida Breve”

Uno de  los fenómenos más significativos de la novela gótica y romántica es el concepto de lo grotesco (uncanny), la idea freudiana sobre la transformación de un entorno familiar y conocido en otro completamente distinto y siniestro tal y como describe Graça P. Correa en su ensayo sobre la estética y la teoría Gótica (2020).

En la literatura gótica, es recurrente la aparición de un reverso que afecta a los personajes, una forma de desdoblamiento del sujeto sobre otro tan distinto y distante como lo pudiera ser el reflejo de su propia imagen en el espejo, visible pero no palpable, antagónica pero a la vez complementaria.

Según dicha teoría ese Otro que representaría el yo lejano de Lacan o el Id instintivo de Freud como manifestación de las pulsiones del inconsciente, camina por las grandes obras literarias de la modernidad que escarban en la naturaleza humana  de una manera recurrente  mostrando esa dualidad insoslayable, las formas especulares que consagran la total identidad del Ser como un compendio del sujeto cognoscente  y de todas sus pulsiones retenidas en la oscuridad de su pensamiento, y que el universo imaginario de sus autores logra extraer de lo más profundo de su inconsciente.

El caso de “La vida Breve” de Juan Carlos Onetti es un ejemplo palmario de tal fenomenología.

La propia obra es un manual de recursos de novela gótica que trascienden esta idea central de lo grotesco, como en el caso del rechazo a los valores familiares patriarcales clásicos representados en la pérdida del interés del protagonista Brausen por su mujer, Gertrudis, y su repentino interés por La Queca, una mujer de bajos fondos que representaría justamente lo contrario.  También asoma la cuestión del incesto en la recurrente figura de Raquel, hermana de Gertrudis y viejo anhelo del protagonista (que acabará por rechazar en un momento de la novela) o la denuncia de una sociedad corrompida por el dinero en la que los triunfadores son los que menos lealtad demuestran.

Otra evidencia es el caso del ecocentrismo visto en la relación de los personajes con el entorno que los rodea, bien sea en Buenos Aires, en  Montevideo o en la ciudad imaginaria nacida de la combinación de las dos primeras, Santa María.  También aparece este mismo fenómeno en el entorno más próximo y familiar de los protagonistas, el del bloque de edificios de Buenos Aires donde se encuentran los dos apartamentos en los que transcurre parte de la obra: el  domicilio conyugal del “sujeto” Brausen y Gertrudis y el de la que acabaría siendo su amante, La Queca, lugares separados por un simple tabique  que no impide que lo que transcurre en cada pieza acabe penetrando en la otra hasta el punto de confrontarse entre sí.

En este sentido, hay que reseñar que tal y como indica María O’Connell en su artículo “El Monstruo en el espejo: Miedo de sí mismo en la literatura grotesca (2007), es habitual que en las obras de concepción gótica, en la manifestación de lo grotesco surja siempre el enfrentamiento entre el sujeto y su Otro que no es más que la identidad que ansía alcanzar el primero de ellos, pero que nunca llega a acometer ya que esto significaría la destrucción del propio Ser.

En La vida breve hay una obsesión de Brausen por desterrar de sí el sujeto en el que se ha convertido: es su misión hacerlo, y para ello se ha entregado de una manera irracional al embrujo del Eros (exaltación romántica por excelencia, por cierto) frente a esa criatura desdichada que es su vecina, una mujer desventurada y entregada a múltiples hombres entre los que se encuentra el joven Ernesto. Precisamente es posible atisbar en este personaje odiado hasta la muerte por el propio Brausen como la manifestación de su otro yo, al  que acaba sometiendo para sí, convirtiéndose al final en una especie de protector interesado del joven puesto que será Ernesto el que cometa el deseo de su doble Brausen, el asesinato de la desdichada amante a la que los dos maltrataban sin piedad.

Pero la novela es un aún más compleja desde este punto de vista en cuanto al enfoque de los desdoblamientos.

En toda la obra de Onetti, y en La vida Breve no podría ser la excepción, hay una continua evocación a la ficción y en la novela que nos ocupa, este hecho lo lleva hasta la máxima expresión entrelazando la que podríamos tildar como historia principal (grosso modo ya explicada anteriormente) y otra ficticia que va construyendo a lo largo de las páginas el propio Brausen, en ese intento del protagonista de dar cuerpo a un guion cinematográfico que igualmente podríamos tildar de grotesco por la aparición del horror y la decadencia de la Historia así como la inclusión de los asuntos de la novela gótica tal y como los hemos descrito.

En esta historia ficticia que transcurre en Santa María el personaje principal es un médico llamado Díaz Brey, el cual es requerido por una desconocida mujer de nombre Elena Sala a propósito de su adicción a la morfina. De esta relación interesada nace toda una trama en la que aparecen  una suerte de personajes controvertidos que el narrador (Brausen, no olvidemos) va construyendo a medida que le van sucediendo a él mismo sus propios acontecimientos, algunos de los cuales utiliza como puntos cardinales y de conexión para hilvanar la propia narración ficticia de Díaz Brey (¿el doble ficticio del ficticio sujeto Brausen?) .

De esta manera, Onetti convierte a La vida breve en un laberinto mágico de historias entrelazadas con dobles y espejos que llevan al lector a una espiral de aterradoras sorpresas muy propias de la literatura gótica. Sublime.

Adrián Tejeda Cano

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