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El Hombre concreto y su crisis desde la perspectiva de Ernesto Sabato

A menudo se nos presenta la sociedad actual como una sociedad en decadencia, inmersa en una crisis total de valores que está conduciendo al Hombre que en ella se levanta hacia un camino de no retorno en donde su propia supervivencia como Ser en toda la profunda extensión del término parece estar comprometida.

En este sentido, para algunos pensadores, el motivo fundamental de esta huida hacia delante viene condicionada por una falta de espiritualidad acuciante conducente a un nihilismo que ha llevado a sustituir los mitos y los símbolos ancestrales que rodean nuestra identidad, y a los que hemos recurrido siempre para reafirmarnos, por otros tótems nacidos de la tecnolatria, el capitalismo salvaje, la abstracción o el pensamiento dogmático que encumbra a la razón como única vía de pensamiento formal.

En dicha opinión están autores como el filósofo surcoreano Bying Chul-Han y también Ernesto Sabato. De los paralelismos que se pueden encontrar tras analizar sus obras ya se ha hablado en otras entregas.

En este artículo vamos a analizar la genealogía de este proceso decadente apoyándonos para ello en los planteamientos del escritor y humanista argentino, vertidos sobre todo en sus primeras obras ensayísticas (Uno y el Universo, Hombres y Engranajes y Heterodoxia), si bien vuelven a aparecer (si es que alguna vez se fueron) en otros momentos de su obra, incluso en su etapa final (La Resistencia, Antes del Fin) donde además atisbaba realidades que posteriormente contextualizaría el propio Han en la sociedad postmoderna del siglo XXI.

El Renacimiento es una época gloriosa para el progreso de la humanidad: eso es un hecho irrefutable. Durante ese período histórico, los avances a nivel científico, tecnológico y artístico donde la lógica y la abstracción fueron el común denominador encumbraron a personalidades de la talla de Leonardo y tantos otros.

Sin duda, el Renacimiento nació con un fin loable tras entrar en crisis la época anterior;  con dicho movimiento cultural, lo que se pretendió fue la búsqueda de la individualidad, un retorno al naturalismo y también incorporar el paradigma del Humanismo en la razón de ser de la sociedad.

Por desgracia, según apunta Sabato, los resultados de tal empresa no fueron para nada satisfactorios puesto que de la individualidad se dio paso a la conformación de la masa, el naturalismo acabó convirtiéndose en una máquina vital que tenía en las ciudades a su centro neurálgico y del humanismo poco se pudo hablar puesto que realmente, el recorrido iniciado en el Renacimiento ha conducido a una deshumanización total.

¿A qué se debieron estas derivas no previstas?

Para el pensador argentino, las causas del inesperado recorrido fueron la tecnolatria y el cientifismo, a la entrega del hombre a los dogmas de la ciencia positiva, al vaciado espiritual fruto de un laicismo militante condicionado por un pensamiento lógico y abstracto que ocupó y que desplazó la parcela que había ocupado otro de tipo religioso, donde el judeocristianismo fue siempre la punta de lanza en el mundo occidental conocido.

Precisamente, según nuestro autor, el origen de todos estos cambios está paradójicamente vinculado a esta religión, ya que fueron los cruzados italianos que entraron en contacto con oriente medio los que recuperaron en cierta medida el espíritu comercial y por lo tanto el dinero, una de las palancas que impulsó el movimiento.  Pero las experiencias en tierra santa no solamente fueron capitales desde el punto de vista financiero: también el hecho del debilitamiento del poder musulmán, la relativa tranquilidad de las ciudades europeas (los conflictos estaban en otras latitudes) o la pérdida de la creencia del advenimiento del reino de Dios, fueron los que impulsaron un cambio revolucionario donde el dinero y la razón fueron esenciales.

El enriquecimiento de la una clase social nueva, la burguesía, y la aparición del pensamiento abstracto tan propio en el arte del comercio, hicieron que en la sociedad cambiara su estructura haciendo que proliferen los comerciantes como había ocurrido en otras épocas (pensemos en la antigüedad y las rutas comerciales del mediterráneo o de la seda, por ejemplo), siendo su presencia trascendental para la financiación de las antiguos Estados feudales decadentes ahora con una cierta solvencia económica gracias a los prestamistas burgueses sin los que no se habrían llevado a cabo grandes empresas como la conquista de América.

En este sentido, sin los avances científicos en ámbitos diversos como la ingeniería, cartografía, etc nada hubiera ocurrido, y esto también apareció en el Renacimiento con la vuelta al pensamiento lógico y racional.

El espíritu burgués se propagó como la pólvora en la sociedad europea y propicia por ejemplo el ensalzamiento de la naturaleza, un elemento fundamental en el que el Hombre queda reducido a lo mismo independientemente de su estrato social. Precisamente, el hombre secularizado que ha nacido en esta cuna se lanza a su conquista gracias al desarrollo de la máquina, algo que no sucede puesto que es ella la que acaba dominando a su creador.

Las ciudades crecen exponencialmente, son el símbolo del dinamismo, del cambio, del liberalismo y la temporalidad: hay una controversia por lo tanto en ese interés por la naturaleza y lo que realmente sucede es la huida del hombre hacia las ciudades.

Otro acontecimiento trascendental es el cambio de mentalidad en el orden de la vida de las personas: si durante la edad media, los días venían marcados por el sentido natural y eterno de las cosas que sucedían a su propio paso, en el Renacimiento todo empieza a contabilizarse, incluso el tiempo. Lo que antes había sido una cuestión subjetiva ahora pasa a ser abstracta y objetiva.  Lo mismo ocurre con el espacio, en donde las cantidades son fundamentales.

Se introduce así el concepto de exactitud numérica en el pensamiento, base por otro lado del desarrollo científico. El cálculo pasa a ser un arma con el que poder conquistar el mundo y así, el saber técnico toma el lugar de la preocupación metafísica ya que lo que empieza a primar es la eficacia y la precisión.

Se pretende igualmente medir y cuantificar sensaciones y sentimientos, reducirlos a números, algo que lleva por ejemplo a Descartes a ubicar “el alma” en una región anatómica concreta (glándula pineal).

La mecanización es absoluta: el determinismo intenta eliminar la idea del libre albedrio y  se desplaza del pensamiento todo aquello que no es lógico.

 

De esta manera, según Sabato, el pensamiento científico se vuelve dogmático, convirtiéndose en una especie de nueva magia. La nueva creencia establece que todo aquello que está en tinieblas será descifrado por la Ciencia, y en ese proceso, la razón ha conducido al Hombre a la más pura irracionalidad ya que en el camino hacia la universalidad del conocimiento lo que se dibuja es un mundo abstracto, que es incomprensible para él; se ha sustituido la comprensión por la admiración y el fetichismo por la nueva magia, a sus nuevos ritos que han llevado nuevamente a la ignorancia (más rica y más vasta) tras transitar brevemente por el siglo de las luces.

Para Sabato, mientras más importante es la torre de conocimiento y más terrible el poder allí encerrado, más insignificante es el hombre concreto sobre el que se ha perdido la mirada paradójicamente, puesto que la conquista del mundo es una empresa que mira hacia fuera.

La transformación de la sociedad con estos nuevos paradigmas es total, incluso llega a la política. Con el paso de los siglos y la influencia de esta Tecnolatria, la concepción del Estado moderno ha virado hacía la idea de una especie de patrono gracias a, entre otras cuestiones,  la estandarización de la banca, la industria y el transporte que quedó bajo su control. Así, el hombre concreto, es arrancado de sus atributos fundamentales, transformándose en parte de una masa de hombres cosificados que comparten una serie de deseos y de instintos comunes, inducidos por los medios de comunicación de una manera sincrónicamente regulada que dibujan los grandes sueños colectivizados. Además, la educación también sirve para sustentar el mismo mensaje propagandístico.

El individuo es ahora, de facto,  una pieza más un engranaje de una gran Maquina que se pone o se sustrae por las buenas o por las malas en función de premios, sanciones legales, cárcel, deportes, la radio, el cine o el periodismo. El hombre, además, al salir de las fábricas en las que son esclavos de esa Máquina, no abraza el tiempo que les sobra para centrarse en aquellos asuntos espirituales de los que parece definitivamente ser expulsado, sino que se entrega a un mundo ilusorio de otras máquinas. Esclarecedor y visionario me parece el siguiente párrafo extraído del ensayo “Hombres y engranaje”, obra datada en 1951:

(…)  “Las máquinas de vivir” construidas en ciudades dominantes por los tubos electrónicos, han inventado una extraña ciencia que se llama cibernética y que tiene que ver con la fisiología de los celebros electrónicos y que, en los días próximos, servirá para controlar los ejércitos y robos. Se miden colores, olores y sentimientos, puestos al servicio de las empresas mercantiles. El reloj que surge para ayudar al hombre se ha convertido en una máquina de tortura. La máquina no ha sustituido en el tiempo de trabajo y no ha dejado tiempo libre para la actividad del espíritu-en la práctica las cosas resultaron al revés. Los patrones para aumentar el rendimiento inventaron la densificación de la labor humana.(…)

Bajo estos paradigmas no es extraño que el Estado acabara coqueteando con los totalitarismos, siendo el comunismo un ejemplo de estudio relativamente palmario dada la justificación científica del pensamiento que acuñaron sus ideólogos más notables como es el caso del filósofo Carl Marx. Pero tal y como sostiene Sabato, lo paradójico es que el éxito del movimiento no estuvo precisamente en la mirada científica de sus principios por parte de los adeptos, sino en el factor emocional atrayente que imprimía en base a un odio irracional contra la burguesía y al uso y distribución del capital en la sociedad. Esta actitud, sin duda, más próxima al pensamiento religioso que a otra cosa, demuestra la dualidad en la naturaleza humana, construida sobre un andamiaje lógico pero también sobre un elemento impulsivo absolutamente irracional.

Como vemos, las semillas sembradas han ido germinando a lo largo de las épocas  pero también la respuesta frente a esta deriva que aparece reflejada en el Arte y la Literatura. En este sentido, Sabato sostiene que ambas manifestaciones funcionan como una especie de registro en donde quedan reflejadas las preocupaciones del Ser humano, y que además, su análisis, sirven como premonición de los grandes cambios rupturistas (revolucionarios) que suceden en la Historia.

En este sentido pudiéramos entender el por qué de que fuera en el siglo XVIII cuando surge el Romanticismo, justo en el momento de un nuevo despertar racional en siglo de las luces. Para Sabato el movimiento romántico fue el primero de los intentos  del Hombre para retornar al Yo más absoluto y a la naturaleza primitiva (aspectos que por otro lado perseguía el Renacimiento como hemos visto), y para ello  se estableció una mirada retrospectiva en las ideas góticas del medievo.

De una manera reaccionaria, con el Romanticismo se vuelve a abogar por la espiritualidad; de ahí la importancia que las diferentes manifestaciones artísticas en sus diferentes contextos se centraran en el mundo irracional, lo fantástico, tenebroso y oscuro; de esta manera, se abandonaron los patrones de belleza imperantes tras la llegada del Renacimiento donde la geometría, lo definido y concreto en cuanto a realidad lógica era un aspecto fundamental. El ámbito de la noche y del más allá tomó una importancia notable y eso se puede encontrar en autores como Goethe, Schelling, Novalis u otros (algunos de ellos, por cierto, bebieron en las dos corrientes paradigmáticas con el mismo acierto, tal el caso de Goethe, reconocido por obras como Fausto pero también por sus trabajos científicos que sirvieron para enarbolar una teoría sobre el color).

Herederas de esta corriente han sido otras entroncadas en el siglo XX  como son el Existencialismo o el Surrealismo, esta última vivida desde dentro por el propio Sabato tal y como pasó también con el mundo de la Ciencia y del comunismo, un hecho que sin duda dota de más rigor analítico a sus aseveraciones.

Con respecto al Surrealismo, Sabato adquiere una postura ambivalente: por un lado valora como necesaria y lógica la contribución del movimiento de Breton, entregado a eliminar de la manifestación artística de cualquier rastro de racionalismo; su “laboratorio” de ideas se encuentra en los sueños, un campo en auge en los momentos en los que el Surrealismo comienza a despuntar gracias a las teorías psicoanalíticas de Freud. Por otro lado, asume que dicha percepción de la vida era completamente errónea ya que la existencia no es sólo noche y oscuridad, sino también día y luz y ese principio era absolutamente descartado por los surrealistas. Por lo tanto, era una corriente que estaba condenada al fracaso. No obstante, hay que interpretarla como una reacción lógica frente a la deriva determinista y racionalista de los tiempos, una preocupación constante dentro del pensamiento del Hombre moderno a pesar de sus circunstancias y que nos ha acompañado a lo largo del siglo XX y también en lo que llevamos de XXI.

De ahí que Sabato defienda que la buena Literatura del siglo XX sea una Literatura con mayúsculas, centrada en hacer preservar a ese Yo concreto, un motivo de preocupación constante para los autores dotados de una sensibilidad especial para detectar los grandes enigmas de la Humanidad. Para el pensador argentino, es Dostoievski el primero de los escritores que demuestran con más certeza y ferocidad dicha actitud reaccionaria en donde el escritor, el individuo, sirve como modelo de su propia obra; hablando de sí mismo y de sus pulsiones habla del Hombre concreto en toda su extensión. Dicho camino ha sido recorrido por otros grandes escritores como Kafka, Faulkner o Proust. Lo mismo sucede con la pintura, arte en el que Yo concreto vuelve a aparecer bajo los trazos de Van Gogh y Cézanne.

Con todo esto que se ha expuesto en este pequeño análisis del pensamiento de Sabato, está claro que podemos atribuir al genial pensador, escritor y pintor argentino, un cierto pesimismo ante la problemática existencial de este tiempo provocado por la pérdida gradual de la espiritualidad a lo largo de las épocas y que comenzara con el secularismo  del Renacimiento, un hecho que ha ido acrecentándose con el triunfo de los valores del capital y de la razón.  A pesar de todo, Sabato opta por defender un espíritu de lucha, de resistencia frente a la catástrofe porque según defiende, el Hombre reacciona ante situaciones límite, es capaz de sobreponerse al absoluto caos. En este caso, apunta Sabato, la única solución posible debe  pasar por la total reconciliación de los dos estratos que nos conforman; la razón, tan necesaria en el progreso de la Humanidad, pero también en los valores espirituales con los que intentamos abordar los grandes enigmas de la existencia como son la existencia de Dios, la muerte o el amor. Hay, por lo tanto, un largo camino por recorrer.

 

Adrián Tejeda Cano

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