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La Hispanidad a ojos de Ernesto Sabato

Si hay una efeméride que suscita controversia dentro del mundo hispano es el 12 de octubre.

Como bien sabemos, en esa fecha se celebra el desembarco de la expedición del navegador Cristóbal Colón en el continente americano comenzando así un episodio de la Historia, el de la conquista del continente sudamericano y posterior colonización, un hecho histórico repleto de luces y de sombras, de horrores pero también de grandezas, objeto de revisionismos desde el punto de vista ideológico incluso en el día de hoy, con defensores y detractores que hacen bandera y apología según sus intereses particulares.

Si nos centramos en el contexto nacional el debate siempre alcance a los mismos fueros con los mismos protagonistas. No existe un consenso que nos ampare, que nos haga aferrarnos a unos principios comunes que den el sentido a una  patria común, algo que por otra parte es muy propia de naciones cainitas como la nuestra. Las identidades comunes no existen o se están perdiendo; hay un declive sustancial que es palpable en la cultura y que hace que los hunos y los otros ahonden en la fractura social aprendiendo para sí en régimen de exclusividad unos valores y unos símbolos compartidos, o denigrándolos como si fueran el peor enemigo posible. Una pena, sin duda.

Fuera de nuestras fronteras el panorama tampoco es muy alentador; me refiero a los países de habla hispana, con los que nos une ese vínculo estrecho nacido de siglos de historia compartida. Del caso de los anglosajones poco hay que decir dada su visión belicosa e hispanófoba de la Historia. Pero lo sorprendente y preocupante es comprobar como en naciones hermanas está fluyendo como nunca la llamada “Leyenda negra” promovida por el despertar de administraciones populistas que alimentan el odio a lo español. ¿Será que es más fácil culpar a la Historia de los fracasos patrios del presente? Quien sabe, pero la deriva del revisionismo está servida.

No obstante, aquí vamos a intentar argumentar una exposición objetiva sin frivolidades ni sujeta a soflamas ideológica de turno que tanto cansan y que tanto daño hacen, y para ello nos sustentaremos en los postulados de pensadores como las del maestro Sabato.

La opinión del escritor argentino es importantísima, no sólo por la lucidez de una mente adelanta a su tiempo (eterna, realmente) sino porque él en su conformación  propia de hombre concreto forma parte del complejo proceso de la expansión de una cultura que defendía y abrazaba.

Frente a este tema, en su punto de vista cabe la contradicción en cierta manera, algo que se justifica por sí solo  dada la complejidad de un fenómeno en el que confluye un hecho terrible y bárbaro, pero que por otro lado se le atribuye el milagro de la unificación de un continente en pro de una lengua y una religión común que conformó una civilización mestiza compleja y rica de la que formamos todos los pueblos descendientes de Cervantes, Berceo o Rubén Darío.

La admiración que el maestro tenía por España y por su cultura (que también era la suya), era inmensa: también sus preocupaciones ante el declive y decadencia como así atestigua en sus diarios finales escritos a propósito de sus últimos viajes a nuestro país.

Además hay que reseñar que la visión del maestro sobre nuestra realidad como país fue siempre muy avanzada, puesto que para Sabato el Hombre siempre tiene la tendencia natural de retrotraerse hacia la comunidad en busca de sus raíces más elementales, lo cual da sentido al hecho de las nacionalidades particulares de los territorios.

Ya en “Uno y el Universo”, su primer ensayo, dedica un capítulo completo al asunto de la conquista de América y de la hispanidad aunque con un doble sentido. Por un lado, la exposición del mero hecho en sí, ya argumentado anteriormente, por otro, la refutación del argumentario de la leyenda negra desde una perspectiva científica.

Para ello, el capítulo comienza con esta cita del escritor anglosajón H.G Wells: “Fue una desgracia para la ciencia que los primeros europeos que llegaron a América fueran españoles son curiosidad científica sólo con sed de oro y que movidos por ciego fanatismo, todavía exacerbado por una reciente guerra religiosa, apenas hicieran muy pocas observaciones interesantes sobre las costumbres e ideas de estos pueblos primitivos”.

Sabato también se hace eco de otra aseveración notable como la del botánico Hicken quien llegó a decir “Llegaron, pues, los primeros exploradores al Río de la Plata con el bagaje aristotélico, casi completamente analfabetos”.

Sobre esto último poco contesta el maestro, dado que el mero hecho de asemejar el saber aristotélico al analfabetismo ya es “una valerosa sinonimia” (nótese la ironía). Sobre la primera cuestión se explaya desmontando la versión de Wells ya que para Sabato, no fue posible un viaje de esas magnitudes atravesando un océano y posterior conquista sin conocimientos previos en cartas geográficas, minería, astronomía o siderúrgica.

Además, argumenta que tales conocimientos exportados por esa gente de mar, era una herencia propia de un mestizaje cultural proveniente de civilizaciones más antiguas que habían arraigado en la península ibérica (Grecia, Roma, musulmanes, etc…); ahí está un buen ejemplo de crisol de culturas como ejemplo de progreso.

Por otro lado, y en ese esfuerzo continuo que el autor demuestra en esta obra por mostrar la esencia de la Ciencia y del funcionamiento del método que los sustenta, presenta el descubrimiento de América como el éxito de un error de cálculo matemático que llevó al almirante ¿genovés? a viajar a las indias por el camino equivocado, algo que por otro lado no es nuevo en ese ámbito del conocimiento puesto que tal y como indica el maestro al final del capítulo, gracias  a “esta clase de equivocaciones es como avanza la humidad”.

 

Adrián Tejeda Cano.

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