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Algunas ideas sobre «Los apuntes de Malte Laurids Brigge»

Dicen que un escritor lo que hace es escribir un único libro durante toda su vida: una única obra que se hace y se deshace, se pule y se transforma en diferentes voces y latidos que manifiestan una realidad fragmentada  constituyente de un mismo absoluto.

Pensemos en Canetti, por ejemplo, autor inclasificable en cuanto a su género (sería tal vez el extremo máximo de este axioma): novelista (efímero), ensayista (en su mayor parte), dramaturgo (a veces), poeta (en la oscuridad)…. Sea como fuere, en todas esas manifestaciones se atisba una realidad de pensamiento y obra que se repiten una y otra vez.

No obstante, esto no es un común denominador en el total de la literatura. Pensemos por ejemplo en casos como en el de Rainer María Rilke, cuyo bagaje, apuntan los estudiosos de su obra, podría dividirse en tres etapas diferentes: la primera de ellas, la más espiritual y mística, donde el Libro de las Horas es quizás la obra más representativa,  otra que le sigue a continuación conocida como el período del poema-cosa, en cuyo ciclo de poemas está muy presente la influencia de las corrientes artísticas que conoció, y en donde el escultor Rodin dejó una impronta especial en el autor.  Finalmente podemos hablar de la etapa visionaria representada por las obras de Las Elegías de Duino y los Sonetos a Orfeo.

Bien es cierto que, aunque con sus diferencias notables en la poética así como en los asuntos abordados en cada uno de ellos, la realidad es que fueron tres procesos a los que llegó el autor a partir de una evolución de continuidad que fue transitando con el paso de los años.

Tan es así que podemos encontrar en algunas de sus obras las huellas que denotan esto mismo, como el caso de Los apuntes de Malte Laurids Brigge (1910), un libro enigmático que concluyó y puso fin a su etapa parisina (la del poema-cosa), pero que en la misma se observan aderezos de lo que iba a venir a continuación (ya se estaba macerando en el interior del poeta un ideario propio), así como vestigios del camino ya recorrido en etapas previas.

La obra, una narración en forma de diario en el que el autor, un joven danés afincado en París, en joven conde Malte Brahe, desgrana su vida y sus obsesiones así como la manera en la que está aprendiendo a mirar el mundo (haciéndose poeta, claro) en una ciudad terrible, inmensa en extensión y en gentes pero repleta de silencios, soledades, enfermedad y de muerte (“aquí la gente viene a morir” dice Malte nada más comenzar el libro).

Es interesante analizar someramente la obra por varios motivos.

Uno de ellos es por la influencia que el texto haya podido tener con otros autores y obras relevantes.

Uno de estos casos es el del novelista y poeta rumano Mircea Cartarescu:  y es que en su aclamada Solenoide podemos degustar una atmósfera sombría de un Bucarest que nos evoca de manera sutil al Paris del Malte, analizado además desde la perspectiva de un protagonista que va argumentando todas sus vivencias en un diario, otra similitud notable con la obra de Rilke. También la manera de decir, con una prosa poética muy cuidada nos hace pensar en que Los Apuntes tuvieron una repercusión importante en Cartarescu a la hora de construir la historia fantástica (en todos los sentidos del término) que nos regala en Solenoide, un hecho que casi estamos en disposición de afirmar puesto que en algún momento de la novela llega a mencionar al propio Rilke y también al Malte de una manera explícita.

 

Hay otro caso que vale la pena comentar; el de Juan Rulfo y su Pedro Páramo donde encontramos ciertos arquetipos que aparecen también en el Malte.

La propia idea de vivir en un mundo permeable donde la vida y la muerte se entremezclan, que se asocian como si una fuera el reverso de la otra es una cuestión que evoca claramente a un nexo común. Ultsagaard (el pueblo de la infancia de Malte) y Comala (el lugar donde Juan Preciado va a buscar a su padre, Pedro Páramo) son lugares donde los muertos se confunden con los vivos, donde el silencio custodia un acúmulo de todas las voces de las gentes que allí habitaron (y siguen haciéndolo), y donde las ráfagas de aire fluyen por un espacio decadente que anuncia la llegada de aquellos que ya no están pero que retornan una y otra vez.

Hemos igualmente de destacar la manera en la que se desgranan los hechos y acontecimientos narrados tanto por la forma en que se expresan (como ocurría en el caso de Cartarescu) como por la idea germinal de la historia: el tiempo y el espacio, en ambos textos, están rotos. Hay saltos continuos que aparentemente (sólo aparentemente) no tienen un hilo argumental claro, que nos evocan al pasado, al presente y al futuro. Por otro lado está el  asunto de los protagonistas y su naturaleza. El lector llega  a dudar de su estado: no sabemos si están vivos o están muertos, un recurso empleado con mucha maestría y de manera premeditada por los dos escritores. Y es que realmente, para el desarrollo de la historia, da igual el estado para con el mundo que tengan los personajes, una manera de relativizar el paso hacia la “noche sosegada” como diría Mainlander.

Sabemos que Rulfo leyó a Rilke, incluyendo, entre otras obras, tanto al Malte como a Las cartas a un joven poeta,  y que en sus años juveniles lo tuvo en enorme consideración como referencia  (hay incluso una traducción suya al castellano más tardía de Las Elegias). Por otro lado hay que señalar que, según Carlos Fuentes (otro de los grandes escritores mexicanos), en la gestación de Pedro Páramo, mucho tuvieron que ver las lecturas de autores clásicos escandinavos por parte de su autor, algo que también comparte con Rilke, puesto que sabemos que el Malte nació en parte bajo la influencia del escritor escandinavo Jacobsen, como apunta Eustaquio Borjau. Demasiadas casualidades, sin duda.

Otro de los grandes motivos por los que vale la pena subrayar la importancia de los Apuntes de Malte Laurids Brigge es el hecho de que la obra puede entenderse como un testimonio escrito por parte del autor, en un sentido que bien recuerda a un cruce de caminos desde el que poder atisbar hacia adelante y hacia atrás la inmensidad de su universo poético.

Es evidente que la poética de Rilke se caracteriza por su hermetismo y sincretismo, sobre todo en la época más madura, hecha a base de una simbología creada por el autor tras años de experiencias y de cristalización de estas en su propia sangre, como diría el poeta.  En el contexto formal y estético, se puede disfrutar de una manera intensa de la poesía de Rilke como en el caso de cualquier corpus poético sublime. El “problema” en la poética rilkeana está, sin duda,  en poder llegar a su esencia de pensamiento, que es donde se encuentra la quinta esencia de su legado.

Hemos conseguido entender el sentido de dicha obra gracias a sus apuntes personales en forma de correspondencia epistolar que el poeta se cruzó con numerosas personas. También debemos apuntar de la misma manera a los testimonios del Malte.

Podemos entender este trabajo como una pausa de revelación en prosa donde confluyen como si fuese una arteria principal de un cuerpo concreto y definido, todo un cúmulo de ideas y principios que venía desarrollando el autor desde hacía años, como es el caso de figuras simbólicas tan importantes en su ideario poético tales como las rosas como idea de la dualidad vida-muerte, el fruto maduro asociado a la existencia, el concepto panteístico de un Dios que existe a nuestro alrededor y que no precisa de un interlocutor profético, el amor intransitivo y sus elementos, es decir, la amada, el santo como eremita que prescinde del amor superfluo, el hijo pródigo que se va para no sufrir ni hacer sufrir a los que ama o el perro como animal que mira dócil al que le dispensa amor pero del que huirá a la menor oportunidad.

También hay que reseñar las reminiscencias que en Los apuntes encontramos de su período más cercano en el tiempo, el del poema cosa, donde las objetos, y en concreto “las cosas de arte” y sus representaciones, cobran un sentido fundamental en su obra: al respecto, hay que destacar   un pasaje maravilloso en el que el autor por boca de Malte desgrana el sentido de esa poética tan singular donde las cosas cobran vida por sí mismas, y todo ello explicado a partir del caso concreto de una tapadera de una caja de no se sabe muy bien qué: los objetos siente como los hombres, se encuentra rodeados por ellos, esperando lo que les sucederá…

La importancia del Malte es que a su manera, Rilke explica por mediación del protagonista de su poema-cuento de una manera un poco más desvelada que en su poesía, el sentido de todo un ideario muy particular, en donde algunos conceptos estaban ya maduros en este período puesto que provenían de la época inicial mística del autor. Otros, sin embargo, se estaban empezando a construir y acabarían de concretarse en los sucesivos años.

Por último, hay que citar como relevante que en el Malte encontramos el testimonio del autor a propósito de la importancia de la experiencia en el hacer poético, idea que concretaría de una manera más clara en sus cartas al poeta  Franz Xaver Kappus, y que dio lugar al famoso libro de “Cartas a un joven poeta”.

De esa parte extraemos el siguiente fragmento:

“(…) sí, pero ¡los versos significan tan poco cuando se han escrito joven! Se debería esperar y saquear toda una vida, a ser posible una larga vida, y después, por fin, más tarde, quizá se sabrá escribir las diez líneas que serían buenas. Pues los versos no son, como creen algunos, sentimientos (se tienen siempre demasiado pronto), son experiencias”

 

Adrián Tejeda Cano.

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