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Algunos apuntes sobre » Pedro Páramo», de Juan Rulfo.

Acabo de concluir la lectura de la novela “Pedro Páramo”, de Juan Rulfo, y lo he hecho con la profundidad y la hondura que el texto se merece. Sin duda, la cuestión obliga a lanzar unos breves comentarios.
Para empezar hemos de mencionar el hecho de que se trata de un “texto vivo” en un sentido literal, que fue evolucionando a lo largo de las sucesivas ediciones aparecidas desde el año de su primera publicación (1956) dados los cambios que se fueron acometiendo en el texto, algunos consentidos y llevados a cabo por la pluma del propio autor (siempre dispuesto a pulir su única novela escrita), otros como consecuencia del “hacer” editorial. El resultado: toda una suerte de versiones con modificaciones más o menos profundas y veladas de un texto mítico e indispensable para la literatura hispanoamericana.
En cuanto a su estilo, innovador donde los haya, reflejó en su momento toda una apuesta rupturista hacia una manera distinta de hacer literatura en donde la imagen, el simbolismo y la mirada poética nutren a la narración de un hilo argumental fragmentario en el que sobran las banalidades del lenguaje: todo es conciso, pero a la vez preciso y aparentemente disruptivo aunque no caótico puesto que la esencia de lo que se cuenta, la propia historia, se mantiene presente a pesar de los saltos que van ocurriendo y que afectan al tiempo y al espacio, ayudado claro está por el hecho de que los personajes son muertos, y por lo tanto, esas dos cuestiones que generalmente fijan la orientación del que lee, en Pedro Páramo han perdido su sentido y su importancia.
De todo lo que he leído hasta la fecha, sólo hay un libro que se me asemeja a esa manera fragmentaria de escribir que se observa en Pedro Páramo, y ese es el de “Los apuntes de Malte Laurids Brigge” de Rainer María Rilke, su única “novela”, por atribuirle una etiqueta al texto del poeta nacido en Praga. Dicho acercamiento no es sólo estilístico sino también conceptual porque en las dos obras, uno de los temas principales es el concepto de la dualidad de la vida y de la muerte, de ahí que los muertos estén entre los personajes.
Para el que está familiarizado con las lecturas del poeta de las Elegías, no es difícil encontrar paralelismos en las atmósferas de ambos libros: los personajes transitan entre los dos mundos con una cierta naturalidad, entremezclándose con los vivos. Además el sentido de la muerte que se nos presente no es peyorativo; muy al contrario, el más allá adquiere una dimensión de reverso de la vida, un “negativo” por decirlo de algún modo (símil traído al caso no por casualidad, ya que sabemos del interés del autor mexicano por la fotografía y el cine) que recoge en la oscuridad de la muerte, las frustraciones de no haber alcanzado en vida todos los anhelos deseados.
Esta hipótesis aparentemente descabellada ha cobrado mucha fuerza para mí al comprobar que Rulfo fue un fiel lector de Rainer María Rilke: sin duda resultó toda una sorpresa descubrir que incluso llegó a traducir (e interpretar a su manera, según las fuentes) al castellano las famosas Elegías de Duino (existe una edición publicada que sigue circulando por ahí). Hay que recordar que las Elegías son, entre otras cosas, un canto a la unidad de los dos mundos en donde la figura del ángel que se mueve entre las dos orillas de la existencia es fundamental (¿acaso sea Juan Preciado, uno de los personajes de Pedro Páramo una especie de ángel rilkeano?). Teniendo en cuenta todo esto, no es muy alocado reconocer que debe de haber algo de la impronta del poeta en la pluma de Rulfo, una cuestión que convendría estudiar un poco más a fondo.
Pero Pedro Páramo es más que una lectura novelada de este asunto trascendental de la existencia, es una ventana abierta a las telúricas entrañas del mundo que vivió el autor, de la naturaleza mestiza de sus gentes (principalmente campesinos), de los paisajes áridos que vieron sus ojos en donde la vida parece perder importancia dada su rudeza, de las revoluciones que conformaron su país a principios del siglo XX…todo un universo particular que es digno de ser explorado, y que yo invito a hacer encarecidamente.

Adrián Tejeda Cano

 

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Fotografía: Juan Rulfo (dominio público)

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